Queridos amigos y amigas:
Sin falsa modestia les digo que
no sé, a cabalidad, el por qué me encuentro frente a Uds.
Me siento honradísima por la
invitación que me hicieron llegar a través de la voz de Harún, a participar con
Uds. en la reflexión sobre Derechos Humanos y su proyección en el futuro, no
sólo en nuestra sociedad, sino en el mundo de hoy y del mañana.
Hoy hemos de extender la
mirada más allá del límite que nos
impusieron los acontecimientos históricos a partir de las décadas de los 50s y
60s en América Latina y desde los 70s
en nuestro país. Estuvimos tan estrangulados por la Violencia de Estado a
nuestro rededor, que, entonces, carecimos de la capacidad para examinar otros
aspectos de atropellos a derechos como los civiles, sociales, culturales y
ambientales. La urgencia nos exigía velar por la defensa del derecho
inalienable a la Vida,
y la espiral de la búsqueda de nuestros Desaparecidos y Ejecutados y la
sanación de nuestros Torturados no nos dejaba el tiempo ni nos permitía la
visión amplia de lo que significa “Los Derechos Humanos”. Hoy ese tiempo ha
llegado; es la generación del presente la que toma dichas banderas de lucha.
Este hecho nos indica, a los más
viejos, que las batallas que dimos en el pasado para convertir este mundo en un
sitio más justo y feliz, no estuvieron erradas ni fueron en vano. Sin ellas,
hoy no podríamos estar en este salón reunidos en torno a estos temas. Nuestra equivocación, quizá, fue que no dimensionamos
cuán cruenta sería la materialización de nuestros sueños… pero también los
jóvenes de Paris invitaban a “ser realistas y soñar lo imposible”.
En vuestra Carta de Invitación,
Uds. me dicen que mi – cito - “trayectoria es aliciente para los jóvenes,
señala rumbos y da fuerzas para seguir esa huella y hacer de la patria un lugar
donde quepan todos los sueños”. Me honran y siento que esas expresiones son
inmerecidas; miren a su rededor en las calles, en las casas de los humildes de
corazón, en las aulas, entre los políticos honestos – que los hay, también -, tal
vez, entre los parientes más ancianos de sus propias familias: allí verán a
otros miles que soñaron, hicieron, asumieron los riesgos, padecieron el castigo
y sobreviven para seguir sembrando. Pero, esta vez, Uds. decidieron invitarme a
mí. ¡Muchas gracias!
Sin embargo, me siento pequeña y
cohibida en este lugar, aunque colmada de alegría.
Explicaré
la causa de dicha ambivalencia:
Mi existencia está marcada por
una tremenda lucha por vencer sus desafíos múltiples. Desde chiquita, guagua
aún, la vida me señaló para aprender a
defender mi derecho a “ser persona”, y a reconocer la injusticia. A mi modo de
ver el mundo, lo he logrado, aunque otros no lo entiendan o lo ignoren.
No importa, porque siento que he
sido fiel a mis principios y valores, aún a costa de grandes padecimientos
afectivos y vicisitudes de toda especie, a costa de sufrir deserciones,
traiciones, abandonos, discriminación y aislamiento. No obstante, no cambiaría
ni un átomo del camino elegido, ni de lo experimentado, porque cada paso, cada
tramo andado, me permite ir por la
Tierra con la frente en alto, mirar a mis hijas a los ojos –
incluso a las ausentes -, así como a mis camaradas de lucha… (y a nuestros
victimarios), a los humildes y a los poderosos. He tratado de ser absolutamente
veraz, honesta, justa y digna – lo cual es normalmente deseable en todo miembro
social, y un deber en una opción
conciente de vida. Por ende, esto, según mi criterio, no me justifica para ser
distinguida – a no ser que optar por la
decencia ética sea actitud inaudita en el presente.
Esto es una de las
razones del contrasentido que mencioné al inicio.
Esta larga historia me ha
regalado un bien invaluable y bastante escaso: Libertad.
Voy a contarles en qué
circunstancia de mi vida me di cuenta que era un ser libre: fue en “la
parrilla” – uno de los aparatos más
degradantes y crueles del arsenal de torturas -, en el instante en que decidí –
YO, libremente, aunque quebrantada al límite del dolor físico, espiritual y psicológico
- entre esquivar el martirio entregando
a los compañeros de la resistencia, a la Dictadura, o si enfrentar lo que fuera, incluso
la muerte, guardando silencio. Estaba cierta que el peor verdugo es nuestra
propia conciencia. El miedo a que llegara el día en que debiera enfrentarla me
sostuvo para seguir callando. Muchas veces se ha dicho que soy una mujer
valiente. ¡Solamente yo sé cuánto miedo he sentido frente al mundo y a la vida!
No obstante, porque me sé LIBRE, es que puedo decirlo sin falso pudor y sin
aspavientos. Por ello, puedo permitirme despreciar el engaño escondido bajo el manto de la mentira y la hipocresía.
También es la Libertad
lo que me otorga la capacidad para reconocer mis errores y fracasos y asumir
esa responsabilidad. Es la
Libertad lo que me ha enseñado a amar tanto en y a la vida y
a darle un sentido que nos trascienda, al tratar de llegar a lo profundo de la
humanidad del prójimo.
Creo en la Esperanza. ¡A porfía!
Por una parte, nos rodea un
sinnúmero de muertes: los odios personales, las rivalidades, las guerras, las
hambrunas, las pestes y plagas, las catástrofes naturales, la discriminación,
los prejuicios; habitamos este hermosísimo y generoso planeta ¡y lo estamos
matando con nuestra codicia! También me he cruzado con uno que otro corrupto y
vende-patria: usureros que han buscado usufructuar del dolor de las víctimas y
los desvalidos, dejándolos en la más completa indefensión ante el poder.
Pero, en los últimos tiempos, he
visto jóvenes y viejos marchando por sus causas: veo a los estudiantes, a los
campesinos, a los mineros, los pescadores, a los hermanos de los pueblos
originarios, a los sin-casa, a los ciudadanos, a los pobladores, exigiendo su
derecho a una mejor calidad de vida, el derecho a un futuro más justo, con
espacio para la felicidad y la alegría… También veo la represión ignominiosa a
este pueblo - porque está despertando
del prolongado letargo en que lo sumieron el terror y la angustia durante la Dictadura, y el
temor, la apatía y la desconfianza, en
la renaciente Democracia. Sin embargo,
reafirmo: “tengo fe en Chile y su destino”, haciendo eco a las palabras
del Presidente Dr. Salvador Allende Gossens, porque, en los últimos tiempos, he
visto “abrirse las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para
construir una sociedad mejor”. Creo en el “Hombre Nuevo” con que soñaba el “Che
Guevara”: solidario, probo, artífice de su destino.
De
ahí, mi alegría.
El camino de la defensa de los
Derechos Humanos no lo he hecho en solitario. En los primeros años de la Dictadura, iba
acompañada desde la sombra por los
compañeros de resistencia – generosos hasta la inmolación - y por la Iglesia de los tiempos del
Cardenal Don Raúl Silva Henríquez.
En el exilio sentí siempre el
apoyo incondicional de organizaciones inquietas por los sucesos en Chile y
preocupadas por la seguridad y bienestar del pueblo perseguido: El Chile Committee
for Human Rights, Chile Solidarity Campaign, el World University Service,
Amnesty International, Quakers, Universidades británicas, Iglesias de diversos
credos; personas como: mi tutor académico, en la U de Oxford, Mr. George Perry, y Allan Angel; el
teólogo domínico Herbert Mac Cabe, los dominicos de Blackfriars, en general –
en cuyo monasterio se cobijó durante tres años nuestro Centro de Documentación
e Investigación sobre Detenidos Desaparecidos en Latinoamérica “Búsqueda”,
consultor para diversas divisiones internacionales de Derechos Humanos.
Continúo con el Dr. Michael Ramsey, Arzobispo de Canterbury, la psicoterapista
Helen Bamber – perteneciente a la Medical
Foundation, que rehabilita víctimas de violaciones a sus
Derechos Humanos, y que comenzó su trabajo a los 19 años, tratando a los
sobrevivientes del Holocausto, en
Belsen, Alemania. Coloco punto a una
lista interminable, recordando el rol que tuvo la BBC de Londres en la denuncia
de las atrocidades cometidas por los esbirros de Pinochet en los organismos
creados ad hoc, así como tampoco debo dejar de nombrar al Dr. Dieter Maier –
académico e investigador alemán que tanto ha aportado al desenmascaramiento de
Colonia Dignidad – ni al Obispo Luterano Helmut Frenz – quien, junto a
representantes de otros credos, fundó en Chile el Comité Pro-Paz, antecesor de la Vicaría de la Solidaridad.
A mi regreso a Chile – en 1985 –
tuve respaldo para mi trabajo en la Comisión
Chilena de Derechos Humanos, entidad con la que colaboré en
Santiago, Valparaíso y Talca; así mismo,
encontré cobijo en CODEPU y en la Agrupación de Familiares de Detenidos
Desaparecidos y Ejecutados Políticos. He tenido el honor de ir en esta senda de
la mano de personas como el Juez Juan Guzmán, el Juez Gerardo Bernales, de
abogados tales como Maritza Jara y don Roberto Celedón, y compartir la lucha
por la Verdad
y la Justicia
con Myrna Troncoso. Han estado presentes dándome aliento Selva e Isolda – mis
leales hijas -, y mis amigas – mujeres todas que, a lo largo y ancho de esta
batalla me han apoyado y empujado, las que me han dado fuerzas y lucidez:
Dorothy, las tres Dianas, Mary, Vibah, Wendy, Susan, Noël, en el destierro; las
Hermanas de Maryknoll, en África. Todas ellas, hermanas en el género y en la
causa. Todos ellos y ellas – allá en el destierro y acá en la patria - han
creído en mí, quizá debido a que mis
dichos y actos han querido ser siempre consecuentes con el fruto de mi
pensamiento y compromiso.
La adhesión y la defensa de los
Derechos Humanos se funda, ante todo, en el RESPETO y el AMOR al “OTRO”;
debemos aprender a escuchar y tolerar las diferencias, cuando no transgreden lo
éticamente justo. Para ello debemos tener presente que la diversidad constituye
una riqueza.
Finalmente quiero agradecer en
el nombre mío vuestra deferencia, y a nombre de los millones que luchan en el
mundo por ser escuchados y ser objeto de Justicia. Me honra que a través de la
trayectoria de mi vida de compromiso, se dignifique y se reconozca la Historia de un pueblo -
el nuestro, el pueblo Chileno. Son, ahora, Uds. quienes transitan por las
“anchas alamedas”, cargando el peso de la Historia del presente para los que vendrán
mañana.
He
dicho. Gracias.
Adriana Bórquez Adriazola.
Talca,
5 de Julio, 2012.